Continuación del artículo publicado, en el año 2004, en el ABC sobre el origen del Museo de Cera de Madrid:
El rubor acudió a mis mejillas al sentirme el punto de mirada de todos. Tomé la cabeza con sumo cuidado y me quedé petrificado al verla de cerca. ¡Era la viva réplica del actor asesinado! En su mirada se adivinaba el miedo y en la mueca de sus labios costrosos el dolor de un adiós injusto.
La voz de su padre escultor me despertó de la realidad.
– El director ha aceptado la escena. Cortarán s´´olo el momento en el que usted aparece. Mi trabajo ya ha terminado, ¿Me la puede entregar?
Inconscientemente la así más fuerte.
– Se la compro.
– No es mía, me pagaron por hacerla. Si la quiere tendrá que hablar con producción.
Recapacité un segundo mientras se la entregaba. Acababa de darme de bruces con la esquiva idea que tanto busqué y no la desaprovecharía.
– ¿Sería capaz de hacer trecientos rostros diferentes en seis meses?
Aquel hombre detuvo en seco sus pasos.
– Tengo un buen equipo pero será caro. El cine paga bien y están acostumbrados a sus cifras. Por menos de 300.000 no moverán un dedo.
El nudo de mi estómago al oír la cifra no logró detener mis impulsos.
– ¿Dólares o pesetas?
– Dólares.
Tragué saliva para que no intuyese mi inseguridad.
– Si me da su tarjeta, mi abogado le llamará la semana que viene para ultimar los detalles del acuerdo.
Con la mano que le quedaba libre buscó en el bolsillo, me tendió la tarjeta y me dio un fuerte apretón de manos para sellar el pacto. Cuando ya me alejaba oí su voz de nuevo.
– Si no es indiscreción. ¿Para qué quiere todos esos rostros?
Sonreí. Ya me habían plagiado demasiadas ideas por bocazas.
– En cuanto firmemos, lo sabrá. Lo que sí puedo adelantar es que después de este encargo su trabajo estará asegurado de por vida.
A la media hora salía de los escenarios con la caja que contenía la espantosa cabeza sobre el asiento de copiloto y la seguridad de un buen negocio en mente.
A la mañana siguiente estaba en el banco. Necesitaba un préstamo y a un socio que colaborase conmigo en el proyecto y sabía quien podría aceptar. Al principio se mostró escéptico pero cuando abrí la caja y vio el realismo de aquel rostro mutilado aceptó de inmediato. Bajaba por los bulevares en dirección a la calle Génova ensimismado en mis pensamientos cuando frené en seco.Ahí estaba en los bajos del edificio Colón, habría un cartel inmenso de se vende en un local apropiado para mi propósito. Estaba hipotecado hasta las orejas pero el proyecto lo merecía. Aquella misma tarde firme el contrato. El Museo de Cera de Madrid estaría en la mejor zona y sería tan eterno como sus figuras.
Hace ya 41 años que cobija a los personajes más famosos del mundo.