Señora Presidenta del Museo de Cera, Sr. Director de Comunicación y Relaciones Públicas, querido Carlos, amigas y amigos.
En primer lugar quiero agradecer este homenaje y el que mi figura vaya a estar al lado de la de Severo Ochoa y en compañía de otros ilustres científicos como Santiago Ramón y Cajal o Luis Pasteur.
Es para mi un gran honor. Quiero también agradecer las cariñosas palabras de Carlos López Otín que sin duda reflejan nuestra ya larga amistad.
En mi intervención voy a resumir lo que ha sido mi experiencia en investigación.
Nací en Asturias, en el pequeño pueblo de Canero, cerca de Luarca. Cuando tenía un año mi familia se trasladó a Gijón, que fue donde me crié, junto a mi hermano y a mi hermana.
Cuando en el curso preuniversitario tuve que elegir entre Ciencias y Letras, claramente me decidí por las Ciencias y posteriormente realicé la carrera de Ciencias Químicas. Creo que fue una buena elección pues rápidamente me entusiasmó, en particular las largas horas que pasábamos en el laboratorio. Cuando terminé el tercer curso de la licenciatura pensaba que mi futuro podría ser la investigación en Química Orgánica. Pero aquel verano tuve la ocasión de conocer a Severo Ochoa, quien influyó decisivamente sobre mi futuro. Una conferencia que dio sobre su trabajo y la conversación que mantuve con Severo Ochoa me fascinaron. Esto, unido a que poco después me envió desde Nueva York un libro de Bioquímica, disciplina que se impartía en el siguiente curso, hicieron que mi vocación se decantase por la investigación bioquímica. Lo que es obvio de mi propia experiencia es que, en la mayoría de los casos, la vocación no nace sino se hace. Mi vocación hacia la investigación bioquímica surgió debido a que en el momento oportuno conocí a Severo Ochoa. Él me recomendó que, una vez acabada la carrera, hiciese una Tesis Doctoral en Madrid bajo la dirección de un excelente bioquímico, Alberto Sols, para después marcharme a Nueva York con él al Departamento de Bioquímica de la escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.
Para conseguir que Alberto Sols me admitiese en su grupo de trabajo para realizar una tesis doctoral Ochoa me dio una carta de recomendación para él. Por supuesto, Sols no se pudo negar a algo que le pedía el Premio Nobel Severo Ochoa.
Quiero resaltar que mis vivencias científicas de 40 años van unidas a las de Eladio Viñuela, con quien compartí este periodo importante de nuestras vidas.
En el año 1964, una vez finalizada la Tesis Doctoral, ambos con Alberto Sols, nos casamos y nos fuimos al Departamento de Severo Ochoa en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.
De la estancia en el laboratorio de Severo Ochoa guardo un recuerdo imborrable. Severo Ochoa nos enseñó a Eladio y a mi, no solamente la Biología Molecular que después pudimos desarrollar y enseñar a nuestra vuelta a España, sino también su rigor 2 experimental, su dedicación y su entusiasmo por la investigación. El seguía día a día el trabajo que se hacía en el laboratorio, y a diario discutíamos con él los experimentos que se habían hecho, y planeábamos los que había que realizar. Tengo un recuerdo especialmente agradable de los almuerzos en los que, además de largas discusiones sobre ciencia, también se hablaba de música, de arte, de literatura, de viajes. Era un rito el paso de Severo Ochoa a las 12 en punto por nuestros laboratorios para recogernos de camino al comedor de la Facultad.
En 1967, después de tres años en Nueva York, Eladio y yo tomamos la decisión de volver a España, a intentar hacer trabajo de investigación y a desarrollar la Biología Molecular en nuestro país. Éramos conscientes de que podíamos encontrarnos con un desierto científico, y podría ser difícil o imposible hacer investigación. Por ello, nos planteamos una vuelta condicional. Si las circunstancias no eran favorables para investigar en España, nos volveríamos a Estados Unidos.
La primera cuestión que nos planteamos fue el tema de trabajo. Descartamos seguir trabajando en nuestros temas de trabajo respectivos, muy competitivos en aquella época, y decidimos volver a trabajar en un proyecto único pues éramos conscientes de las dificultades que tendríamos al volver a España, y siempre sería más fácil salir adelante si uníamos y complementábamos nuestros esfuerzos.
Habíamos seguido un curso sobre virus bacterianos, en Estados Unidos. Decidimos elegir como tema de trabajo el estudio de un virus bacteriano relativamente pequeño, pero morfológicamente complejo, lo que nos daría la posibilidad de profundizar en su estudio a nivel molecular y de desentrañar los mecanismos utilizados por el virus para su morfogénesis, es decir para formar las partículas de virus a partir de sus componentes, proteínas y DNA. El nombre de este virus es ø29. Apoyados por Severo Ochoa, con cuya ayuda conseguimos financiación americana volvimos a España a iniciar nuestra aventura. Partimos de un laboratorio vacío, que tuvimos que equipar, y de entrada estábamos Eladio y yo solos. Afortunadamente, pocos meses después de nuestra vuelta se convocaron las primeras becas del plan de formación de personal investigador, con lo que pudimos seleccionar a nuestros primeros estudiantes de doctorado. De hecho, mi primer estudiante de doctorado fue Jesús Ávila.
Respecto a mi vida científica, como la vida de otros muchos investigadores, la mía ha tenido muchas satisfacciones. Cuando se obtienen resultados interesantes y/o inéditos se suplen con creces los momentos de desánimo que se puedan tener. Pero aparte de esta alegría por descubrir, la investigación, al menos en mi caso, me ha dado otras dos grandes satisfacciones. Por una parte, una aplicación práctica en biotecnología que ha surgido como resultado de nuestra investigación básica. La DNA polimerasa, que es la proteína encargada de la duplicación del DNA, producida por el virus ø29, tiene propiedades que la hacen única para la amplificación del DNA. Así, se comercializó la DNA polimerasa de ø29 con muy buenos resultados. Es ciertamente una satisfacción el que, de una investigación básica, se obtenga un resultado práctico de una gran repercusión económica. Y esto es también una buena prueba de algo que decía Severo Ochoa, con lo que estoy 3 absolutamente de acuerdo. Hay que hacer investigación básica de calidad y hay que dejar al investigador libertad para que realice su investigación. De esta investigación básica surgirán resultados prácticos que no son previsibles a priori y que redundan en beneficio de la humanidad. Aplicaciones prácticas que ha dado la Biología, han surgido como resultado de proyectos de investigación básica. Como es bien sabido de todos y como también decía Severo Ochoa, un país sin investigación es un país sin desarrollo. Es necesario que potenciemos nuestra investigación básica de calidad pues ella será la base para el desarrollo de nuestro país.
La otra gran satisfacción que me ha dado la investigación es la enseñanza, tanto a nivel de licenciatura como a nivel de doctorado y postdoctorado. Precisamente Carlos López Otín fue uno de mis